Sí, sí. Perdón, perdón, perdón. Siento llegar tarde, pero entre fiestas (pocas pero intensas) y estudio (mucho pero inútil) veo como se me va el tiempo más rápido de lo que querría. En fin, habiendo cumplido mi compañera de blog la difícil tarea de inaugurarlo, llega mi turno. Antes de nada, quiero avisar de que previsiblemente la calidad de mis entradas no alcanzará (ni se acercará) a la de las suyas, y quiero también pediros vuestra comprensión por ello (es mujer, ¿qué puedo hacer?).
Una vez aclarado el panorama, y estando explicado (muy bien explicado, y ya abuso de los paréntesis) por mi compañera el motivo de la elección del título, creo que ya merecería castigo si retrasara más mis primeras líneas, y como los Reyes se han encargado del carbón, me doy por servido en ese aspecto, por lo que, como veis, no me ha quedado otra que escribir. Aprovecharé, por tanto, para agradecer a Melchor, Gaspar y Baltasar su generosidad (¿qué pensabais, que me habían traído sólo el carbón?), y diré desde aquí, ahora que ya tengo los regalos, que siempre pensé que me miran con mejores ojos de los que me merezco.Dejo también por escrito que nunca más me volveré a quejar de lo mucho que me gustan mis regalos, no vaya a ser.
Acabo ya, esperando de verdad que cualquiera de vosotros hubiera podido dedicar las mismas palabras que yo a los Reyes Magos, sobre todo mi amiga Sandra. Y si no podéis, no preocuparos. He oído hablar de un tal Papá Noel…
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